miércoles, 12 de noviembre de 2008

La educación, síntoma de un mal mucho más profundo e ineluctable: la ignorancia política.

Por su excepcional interés, me hago eco de la siguiente carta publicada el once de novienbre por Aquiles, :

Con motivo de la réplica de Javier Orrico a unos comentarios que hice en su blog, presento aquí una carta destinada a él y, en general, a cualquier profesor que aún crea que la solución al desastre educativo está en manos de los mismos tribunos que la han provocado:

Querido Javier:

Acabo de leer tu respuesta y la suscribo totalmente. ¡Claro que he leído tu libro! De hecho, hubo una época en que devoraba todo aquello que me ofreciera argumentos de peso para enfrentarme a lo que intuía -ahora no lo intuyo sino que lo sé- era -y es y será- el mayor problema de nuestro país.

Pero, más tarde, además de leerte a ti, a Rosúa o a Moreno Castillo, regresé cien años atrás, de nuevo y para siempre, a los escritores del 98. Y en ellos, y en Andrés Hurtado, en Antonio Azorín, en Pío Cid, he encontrado la revelación definitiva. Siendo la educación de los españoles una enfermedad crónica, he llegado a la conclusión de que ésta apenas es en realidad un síntoma de un mal mucho más profundo e ineluctable: la ignorancia política. ¡Qué gran prócer de la patria Unamuno si hubiese poseído un poco de visión de la cosa pública! (Sus artículos periodísticos publicados durante la República son una maravilla “unamuniana” pero una decepción política.) ¡Cuántas respuestas a las inquisiciones lanzadas al horizonte de Castilla!

Es la ignorancia política de todos los españoles, de todos sus intelectuales, lo que ha traído estos lodos que nos ahogan. Yo, estimado Javier, no estoy en posesión de ninguna verdad, sin embargo necesariamente -dolorosamente- siento que debo trascender la estructura de pensamiento que rige cualquier ámbito de la vida hispánica, que torna todo cuanto toca en una glosa de lo oficialmente establecido. ¿No te parece harto extraño que Constitución Española y devenir educativo hayan ido de la mano en esta caída mortal en que nos encontramos? ¿No te resulta curioso que todo comenzara -como una premonición, como una preparación a lo que se avecinaba- con la ley franquista de 1970? (Te aconsejo que te hagas con un librito, “Literatura y Educación”, que Lázaro Carreter elaboró por aquella fecha y donde, mediante entrevistas a intelectuales, políticos y filólogos conocidos, ya se planteaban los mismos problemas -reitero: los mismos- que nos acucian hoy.) A mí, desde luego, no sólo me resulta extraño o curioso sino inquietante, muy inquietante.

Así pues, a pesar de que tienes toda la razón cuando dices que la izquierda en este país es revanchista y que ha sido en la enseñanza donde ha desfogado todo el ímpetu de su desagravio; a pesar de que estás en lo cierto cuando explicas la inopia y la inoperancia de la derecha española; a pesar de que concluyes que no se puede generalizar con la clase -casta- política que poseemos y pones el ejemplo de la señora Aguirre; el molde para que fraguara revanchismo, ignorancia y estulticia generalizada existe y existirá hasta que la sociedad civil -ese concepto discutido y discutible- no se ponga el país por montera y diga: señores, hasta aquí hemos llegado. Este molde es, por supuesto, la Constitución de 1978.

Y con ello vuelvo al principio, a aquello de la endémica ignorancia política de los españoles. Leyes como la LOGSE, aberraciones como la LOE, despropósitos como los Marchesi o como la mayoría de los ministros de educación que en España han sido sólo pueden existir, únicamente pueden alcanzar tan altas cotas de relevancia pública gracias a una Carta Magna como la nuestra, monstruo de la ciencia política que perdura en el tiempo porque no se cumple. ¿Y por qué? Porque en su esencia reside el hecho de que el poder se beneficie de la ciudadanía. Porque en su esencia reside el hecho de que los ciudadanos no tengamos derecho a elegir y a deponer a nuestros gobernantes. Porque en su esencia reside el hecho de que España sea un territorio insolidario, balcanizado y burocratizado. Porque en su esencia reside el hecho de que la libertad política -la tuya y la mía- nunca haya existido. Porque en su esencia reside el hecho de que perdure la estructura franquista de partido único -ahora varios partidos- y de sindicato vertical -ahora varios sindicatos-. Porque en su esencia, al haber lastrado de raíz esa libertad política antes citada, reside el impedimento de la libre acción personal.

Hay más. Mucho más. Pero me extendería demasiado. Sólo añadiré que si Unamuno u Ortega hubiesen sabido lo que era la libertad política, la separación de poderes o la democracia representativa, burguesa, no habrían apoyado ese engendro que fue la Segunda República y, por ello, no habrían sufrido la decepción posterior. De igual modo extiendo mi reflexión a todos los que ahora nos mesamos las barbas por la gran traición de la izquierda -la izquierda, desde la Transición, siempre ha traicionado a sus bases: lo hizo al apoyar a Suárez, lo hizo al abrazar la reforma y al abandonar la ruptura democrática, lo hizo al abominar de sus postulados republicanos-, por el desconcierto de la derecha -desconcertada porque aún no se ha recuperado del secreto concierto que supuso la Transición, el cuasi divino consenso que no fue más que la instauración del pensamiento único constitucional; desconcertada porque todavía no ha aprendido muy bien cómo se finge no provenir del anterior régimen (al igual que los prohombres del PSOE, todo hay que decirlo, aunque ellos lo han tenido más fácil porque han sabido explotar muy bien su aura social-falangista-progre), de qué modo se puede ser, en este puto país atado y bien atado, de derechas y demócrata- y, en definitiva, por la ignorancia y servidumbre voluntarias de los españoles en general -quienes nunca hemos conocido un sistema político de democracia formal, a diferencia de otros habitantes del hemisferio norte-.

Como puedes apreciar, yo sigo en mis trece. Espero que tú no.

Un afectuoso abrazo.

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